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Carmen Lira

cariñosos. Creí tenerlo ante mi como en mejores días, yendo y viniendo a lo largo de su habitación, para distraer aquella inquietud que la vida le metiera en la carne y que lo obligó desde niño a emprender locos vagabundeos por tierras extrañas.

En la pared quedó prendido el calendario que se fabricó siguiendo la sugestión de Comte, si mal no recuerdo. La fecha del aniversario del nacimiento de su santo predilecto, Angel Ganivet, estaba señalada con una estrella roja. El mes de marzo fue adornado por Gilberta con un ramo de guarias que aún conservaban su color.

Antes de partir, nos dijo: «Soy como esas piedras arrastradas por una corriente poderosa cuya marcha no lleva rumbo ni fin. En estas piedras los líquenes no pueden hender su dureza, ni el musgo tender su caricia inefable. Tampoco se abrirá nunca sobre ellas la sonrisa de una flor».

¿Qué haré de mi vida? Quisiera saber si aún se puede hacer algo cuando la juventud está ya lejos; cuando el amor de que estaba henchido el corazón se consumió con la tristeza con que se marchita la rosa que su dueña negligente dejara olvidada en un vaso sin agua; cuando hasta los ideales abandonan el pensamiento, y en el interior lo que se escucha a menudo es el ruido vulgar de las entrañas que piden de comer.