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Las Fantasías de Juan Silvestre

«Me moveré aún, daré en torno mío el amor que resta en la punta de mis dedos y seguiré vagando sobre ta superficie de la tierra, si la fuerza que rige mi vida así lo quiere».

De esta guisa habló Juan Silvestre en una ocasión, y sus amigos lo escuchamos apenados. A nuestros ruegos nos dejó el cartapacio lleno de sus escritos desordenados, que él llamaba sus Fantasías, de entre los cuales sacamos algunas páginas de su diario y una que otra pieza completa.

—¿A qué vuestra insistencia? —dijo al entregarlo.—No valen la pena, os lo aseguro. ¡Paperasse, paperasse! Son los brincos de la ardilla que Dios me dió por imaginación. A veces me tengo lástima. Figuraos que siento que voy a dar a luz un gigante y lo que sale es un miserable terroncillo de azúcar. ¡El parto de los montes, amigos míos! Vosotros mismos habéis esperado siempre de mi algo sobrenatural o serio, y ya véis, he doblado los cincuenta ofreciendo azucarillos y descoloridos globos de papel, inflados con un gas cuyo origen no vale la pena de investigarse. Mi vuelo ha sido como el de esas cometas con que juegan los chiquillos: me he remontado, pero en el extremo de un hilo sostenido por las débiles manos de un niño.

¿En qué lugar del globo se agitará en este instante la figura solitaria del viejo amigo?


C. L.