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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

En el momento que oí, ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos. Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos mutuamente de beber, como de costumbre. Después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba á los labios, como de costumbre, pero lo derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: «¡Duerme! ¡Y así no te despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu trato.» Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fuí siguiendo hasta que hubo salido del palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas. Entonces habló á las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se abrieron, y ella salió. Y yo eché á andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó á unas colinas formadas por los amontonamientos de escombros, y á una torre coronada por una cúpula y construída de ladrillos. Ella entró por la puerta, y