razón de estas cosas, y le dijeron: «Tu hermano ha sido muerto por el visir, que se ha apresurado á reunir sus tropas y á venir súbitamente al asalto de la ciudad. Y los habitantes han visto que no podían ofrecer resistencia, y han rendido la ciudad á discreción.»
Al oir todo aquello, me dije: «¡Seguramente me matará si caigo en sus manos!» Y de nuevo se amontonaron en mi alma las penas y las zozobras, y empecé á recordar las desgracias ocurridas á mi padre y á mi madre. Y no sabía qué hacer, pues si me veían los soldados estaba perdido. Y no hallé otro recurso que afeitarme la barba. Así es que me afeité la barba, me disfracé como pude, y me escapé de la ciudad. Y me dirigí hacia esta ciudad de Bagdad, donde esperaba llegar sin contratiempo y encontrar alguien que me guiase al palacio del Emir de los Creyentes, Harún Al-Rachid, el califa del Amo del Universo, á quien quería contar mi historia y mis aventuras.
Llegué á Bagdad esta misma noche, y como no sabía dónde ir, me quedé muy perplejo. Pero de pronto me encontré cara á cara con este saaluk, y le deseé la paz y le dije: «Soy extranjero.» Y él me contestó: «Yo también lo soy.» Y estábamos hablando, cuando vimos acercarse á este tercer saaluk, que nos deseó la paz y nos dijo: «Soy extranjero.» Y le contestamos: «También lo somos nosotros.» Y anduvimos juntos hasta que nos sorprendieron las tinieblas. Entonces el Destino nos