rado de su hermana, debió fabricar este asilo subterráneo sin que nadie lo supiera; y como ves, trajo á él manjares y otras cosas; y se aprovechó de mi ausencia, cuando yo estaba en la cacería, para venir aquí con su hermana.
Con esto provocaron la justicia del Altísimo y Muy Glorioso. Y ella los abrasó aquí á los dos. Pero el suplicio del mundo futuro es más terrible todavía y más duradero.»
Entonces mi tío se echó á llorar, y yo lloré con él. Y después exclamó: «¡Desde ahora serás mi hijo en vez de ese otro!»
Pero yo me puse á meditar durante una hora sobre los hechos de este mundo y en otras cosas: en la muerte de mi padre por orden del visir, en su trono usurpado, en mi ojo hundido, ¡que todos veis! y en todas estas cosas tan extraordinarias que le habían ocurrido á mi primo, y no pude menos de llorar otra vez.
Luego salimos de la tumba, echamos la losa, la cubrimos con tierra, y dejándolo todo como estaba antes, volvimos á palacio.
Apenas llegamos, oímos sonar instrumentos de guerra, trompetas y tambores, y vimos que corrían los guerreros. Y toda la ciudad se llenó de ruidos, de estrépito y del polvo que levantaban los cascos de los caballos. Nuestro espíritu se hallaba en una gran perplejidad, no acertando la causa de todo aquello. Pero por fin mi tío acabó por preguntar la