Y entonces, ¡oh señora mía! cogió el alfanje y cortó una mano de la joven y después la otra mano, y luego el pie derecho y después el izquierdo. De cuatro golpes sajó las cuatro extremidades. Y yo, al ver aquello con mis propios ojos, creí que me moría.
En ese momento la joven, guiñándome un ojo, me hizo disimuladamente una seña. Pero ¡ay de mí! el efrit la sorprendió, y dijo: «¡Oh hija de puta! Acabas de cometer adulterio con tu ojo.» Y entonces de un tajo le cortó la cabeza. Después, volviéndose hacia mí, exclamó: «Sabe, ¡oh tú, ser humano! que nuestra ley nos permite á los efrits matar á la esposa adúltera, y hasta lo encuentra lícito y recomendable. Sabe que yo robé á esta joven la noche de su boda, cuando aún no tenía doce años y antes de que nadie se acostara con ella. Y la traje aquí, y cada diez días venía á verla, y pasábamos juntos la noche, y copulaba con ella bajo el aspecto de un persa; pero hoy, al saber que me engañaba, la he matado. Sólo me ha engañado con un ojo, con el que te guiñó al mirarte. En cuanto á ti, como no he podido comprobar si fornicaste con ella, no te mataré; pero de todos modos, algo he de hacerte para que no te rías á mis espaldas y para humillar tu vanidad. Te permito elegir el mal que quieras que te cause.»
Entonces, ¡oh señora mía! al verme libre de la muerte, me regocijé hasta el límite del regocijo, y confiando en obtener toda su gracia, le dije: «Real-