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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

y después que las hube dejado, eché la nave á pique. En cuanto al joven que se ahogó, nada puedo hacer contra la muerte. ¡Porque Alah es el único Resucitador!»

Dicho esto, me cogió en brazos, desató á mis hermanas, las cogió también, y volando nos transportó á las tres, sanas y salvas, á la azotea de mi casa de Bagdad, ó sea aquí mismo.

Y encontré perfectamente instaladas todas las riquezas y todas las cosas que había en la nave. Y nada se había perdido ni estropeado.

Después me dijo la efrita: «¡Por la inscripción santa del sello de Soleimán, te conjuro á que todos los días pegues á cada perra trescientos azotes! Y si un solo día se te olvida cumplir esta orden, te convertiré también en perra.»

Y tuve que contestarle: «Escucho y obedezco.» Y desde entonces, ¡oh Príncipe de los Creyentes! las empecé á azotar, para besarlas después llena de dolor por tener que castigarlas.

Y tal es mi historia. Pero he aquí, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que mi hermana Amina te va á contar la suya, que es aún más sorprendente que la mía.»

Ante este relato, el califa Harún Al-Rachid llegó hasta el límite más extremo del asombro. Pero quiso satisfacer del todo su curiosidad, y por eso se volvió hacia Amina, que era quien le había abierto la puerta la noche anterior, y le dijo: «Sepamos, ¡oh lindísima joven! cuál es la causa de esos golpes con que lastimaron tu cuerpo.»