Historia de Amina, la segunda joven
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Al oir estas palabras del califa, la joven Amina avanzó un paso, y llena de timidez ante las miradas impacientes, dijo así:
«¡Oh Emir de los Creyentes! No te repetiré las palabras de Zobeida acerca de nuestros padres. Sabe, pues, que cuando nuestro padre murió, yo y Fahima, la hermana más pequeña de las cinco, nos fuimos á vivir solas con nuestra madre, mientras mi hermana Zobeida y las otras dos marcharon con la suya.
Poco después mi madre me casó con un anciano, que era el más rico de la ciudad y de su tiempo. Al año siguiente murió en la paz de Alah mi viejo esposo, dejándome como parte legal de herencia, según ordena nuestro código oficial, ochenta mil dinares de oro. Me apresuré á comprarme con ellos diez magníficos vestidos, cada uno de mil dinares. Y no hube de carecer absolutamente de nada.
Un día entre los días, hallándome cómodamente sentada, vino á visitarme una vieja. Nunca la había visto. Esta vieja era horrible: su cara era más fea que el trasero de un viejo; tenía la nariz aplastada, peladas las cejas, los dientes rotos, el pescuezo torcido, y le goteaba la nariz. Bien la describió el poeta: