á su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schahrazada, y el nombre de la menor era Doniazada[1].
La mayor, Schahrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes á los pueblos de las edades remotas, á los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oirla.
Al ver á su padre, le habló así: «¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: «¡Oh tú que te apenas, consuélate!... Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.»
Cuando oyó estas palabras el visir, contó á su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schahrazada: «Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemine[2] y podré salvarlas de entre las manos del rey.» Entonces el visir contestó: «¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca á tal peligro.» Pero Schahrazada repuso: «Es imprescindible que así lo haga.» Entonces le dijo su padre: «Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia: