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LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

cidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.

Al segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: «¡Oh amo mío! Voy á enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación.» Y yo le contesté: «Cuenta con ella.» Y me dijo: «¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella, apenas lo vió, cubrióse con el velo la cara, echándose á llorar y después á reir. Luego me dijo: «Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?» Yo repuse: «Pero ¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?» Y ella me dijo: «El ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y á su madre con él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es á causa de la madre del becerro, que fué sacrificada por el padre.» Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardaré con impaciencia que volviese la mañana para venir á enterarte de todo.»

Cuando oí, ¡oh poderoso efrit!—prosiguió el jeque—lo que me decía el mayoral, salí con él á toda prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que sentía al recobrar á mi hijo. Cuando llegué á casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la