apresuradamente y le hizo sentar á su lado. Sirvieron á ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó á su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: «Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios á este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso.» Y el rey Yunán se acostó, muy alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.
Cuando al otro día se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los emires y visires se sentaron á su derecha y á su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar á su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran á modo de remuneración cinco trajes de honor y mil dinares, Y así regresó el médico á su casa, haciendo votos por el rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y los chambelanes, Y entre los visires había uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdida-