Y Schahrazada repuso: «¡De todo corazón y como debido homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey.» Entonces el rey se apresuró á decir: «Puedes con- tarla.» Y Schabrazada dijo: He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vió morir de aquella manera al jorobado, exclamó: «¡Sólo Alah el Altisimo y Om- nipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre hombre haya venido á morir preci- samente entre nuestras manos!» Pero la mujer re- plicó: «¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta? ¡Oh alma mia! ¿por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas con aquello que te acarreará la pena y la zozobra? ¿No temes al fuego, puesto que vas á sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego se expone á abra- sarse? Entonces su marido le dijo: «No sé, en verdad, qué hacer.» Y la mujer respondió: «Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una col- cha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: «¡Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando à un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?>> Al oir el sastre estas palabras se levantó, cogió
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Apariencia