al jorobado en brazos, y salió de la casa en segui- miento de su esposa. Y la mujer empezó á clamar: «¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?>> Y al oirlos, decían los transeuntes: «Son un padre y una madre que llevan á un niño enfermo de vi- ruelas.» Y se apresuraban á alejarse.
Y así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que los llevaron á la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vió á aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y á la madre que lo acompañaba. Y ésta le dijo: «Traemos un niño para que lo vea el médi- co. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado á tu amo, rogándole que baje á ver al niño, porque está muy enfermo. >>
Volvió á subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar á su marido, y le dijo: «Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos á escape.» Y el sastre soltó el cadáver del jorobado, dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se apresuró á marcharse, seguido por su mujer.
En cuanto à la negra, entró en casa de su amo el médico judio, y le dijo: «Ahí abajo queda un en- fermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie.» Y cuando el médico