hallarme en esta ciudad de El Cairo, que es tu ciudad.» Pero en este momento el joven se echó á llorar y recitó estas estrofas: ¡A veces, el ciego, el ciego de nacimiento, sabe sor- tear la zanja donde cae el que tiene buenos ojos! ¡A veces, el insensato sabe callar las palabras que, pronunciadas por el sabio, son la perdición del sabio! ¡A veces, el hombre piadoso y creyente sufre desven- turas, mientras que el loco, el impio, alcanza la feli- cidad! ¡Así, pues, conozca el hombre su impotencia! ¡La fa- talidad es la única reina del mundo! Terminados los versos, siguió en esta forma su relación: <Entré, pues, en El Cairo, y fui al khan Serur, deshice mis paquetes, descargué mis camellos y puse las mercancías en un local que alquilé para almacenarlas. Después di dinero á un criado para que comprase comida, dormí en seguida un rato, y al despertarme sali á dar una vuelta por Bain Al- Kasrein, regresando después al khan Serur, en donde pasé la noche. Cuando me desperté por la mañana, dije para mi, desliando un paquete de telas: «Voy á llevar esta tela al zoco y á enterarme de cómo van las compras.» Cargué las telas en los hombros de un criado, y me dirigi al zoco, para llegar al centro
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Apariencia