me proveí de cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigi hacia el lugar llamado Bab-Zauilat, alquilando allí un borrico, y le dije al burrero: «Vamos al barrio de Habbania.» Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando á una calle llamada Darb Al-Monkari, y dije al burrero: «Pregunta en esta calle por la casa del nakib (1) Aby-Schama.» El burrero se fué, y volvió á los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo: «Puedes apearte.» Entonces eché pie á tierra, y le dije: «Ve adelante para enseñarme el camino.» Y me llevó á la casa, y entonces le or- dené: «Mañana por la mañana volverás aqui para llevarme de nuevo al khan.» Y el hombre me con- testó que así lo haría. Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y cogiéndolo, se lo llevó á los labios y después á la frente, para darme las gracias, marchándose en seguida. Llamé entonces á la puerta de la casa. Me abrie- ron dos jovencitas, dos virgenes de pechos firmes y blancos, redondos como lunas, y me dijeron: <En- tra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No duerme por las noches á causa de la pasión que le inspiras.» Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y aparecía toda la fachada llena de ventanas, que daban á un inmenso jardín. Este jardin encerraba todas las maravillas de árboles (1) Gobernador de una provincia.
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Apariencia