Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, sali del khan para pasear un poco, y llegué á la plaza de Bain Al-Kasrain, cerca de la puerta de Zauilat. Alli vi un gentío enorme que llenaba toda la plaza, por ser dia de fiesta y de fe- ria. Me confundi entre la muchedumbre, y por de- creto del Destino hallé á mi lado un jinete muy bien vestido. Y como la gente aumentaba, me apretuja- ron contra él, y precisamente mi mano se encontró pegada á su bolsillo, y noté que el bolsillo contenia un paquetito redondo. Entonces metí rápidamente la mano y saqué el paquetito; pero no tuve bastan- te destreza para que él no lo notase. Porque el ji- nete comprobó por la disminución de peso que le habian vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blan- diendo la maza de armas, y me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un corro de personas, algunas de las cuales impidieron que se repitiera la agresión cogiendo al caballo de la bri- da y diciendo al jinete: «¿No te da vergüenza apro- vecharte de las apreturas para pegar à un hombre indefenso?» Pero él dijo: «¡Sabed todos que ese in- dividuo es un ladrón!>>
En aquel momento volví en mi del desmayo en que me encontraba, y oí que la gente decía: «¡No puede ser! Este joven tiene sobrada distinción para dedicarse al robo.» Y todos discutian si yo habría ó no robado, y cada vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado por la muchedumbre, y quizá habría podido escapar de aquel jinete, que