los testigos, para que oyesen mis palabras, man- dándome que las repitiese ante ellos. Y ocurria todo aquello en la Bab-Zauilat. El wali mandó entonces al portaalfanje que me cortase la mano, según la ley contra los ladro- nes. Y el portaalfanje me cortó inmediatamente la mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí é intercedió con el wali para que no me cortasen la otra mano. Y el wali le concedió esa gracia y se alejó. Y la gente me tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y me hallaba muy débil. En. cuanto al jinete, se acercó á mí, me alargó el bolsi- llo y me lo puso en la mano, diciendo: «Eres un joven bien educado y no se hizo para ti el oficio de ladrón. Y dicho esto se alejó, después de haberme obligado á aceptar el bolsillo. Y yo me marché tam- bién, envolviéndome el brazo con un pañuelo y ta- pándolo con la manga del ropón. Y me habia que- dado muy pálido y muy triste á consecuencia de lo ocurrido.
Sin darme cuenta, me fuí hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me tendi extenuado en el lecho. Pero ella, al ver mi palidez y mi decaimiento, me dijo: «¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?» Y yo contesté: «Me duele mucho la cabeza; no me en- cuentro bien.» Entonces, muy entristecida, me dijo: «¡Oh dueño mío, no me abrases el corazón! Levanta un poco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime lo que te ha ocurrido. Porque adivino