en tu rostro muchas cosas.» Pero yo le dije: <¡Por favor! Ahorrame la pena de contestarte. >> Y ella, echándose á llorar, replicó: «¡Ya veo que te can- saste de mí, pues no estás conmigo, como de costum- bre!» Y derramó abundantes lágrimas mezcladas con suspiros, y de cuando en cuando interrumpia sus lamentos para dirigirme preguntas, que queda- ban sin respuesta; y así estuvimos hasta la noche. Entonces nos trajeron de comer y nos presentaron los manjares, como solían. Pero yo me guardé bien de aceptar, pues me habría avergonzado coger los alimentos con la mano izquierda, y temia que me preguntase el motivo de ello. Y por tanto, excla- mé: «No tengo ningún apetito ahora.» Y ella dijo: «Ya ves como tenía razón. Entérame de lo que te ha pasado, y por qué estás tan afligido y con luto en el alma y en el corazón.» Entonces acabé por decirle: <<Te lo contaré todo, pero poco a poco, por partes. Y ella, alargándome una copa de vino, re- puso: «¡Vamos, hijo mío! Déjate de pensamientos tristes. Con esto se cura la melancolía. Bebe este vino, y confiame la causa de tus penas.» Y yo le dije: <<Si te empeñas, dame tú misma de beber con tu mano.»> Y ella acercó la copa á mis labios, incli- nándola con suavidad, y me dió de beber. Después la llenó de nuevo, y me la acercó otra vez. Hice un esfuerzo, tendi la mano izquierda y cogí la copa. Pero no pude contener las lágrimas y rompí á llorar. Y cuando ella me vió llorar, tampoco pudo con- tenerse, me cogió la cabeza con ambas manos, y
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Apariencia