plazo. Y ellos se avinieron. Y efectivamente, al cabo de la semana vi llegar á la joven, montada en su mula y acompañada por un servidor y los dos eunucos. Y la joven me saludó y me dijo: «¡Oh mi señor! Perdóname que hayamos tardado tanto en pagarte. Pero ahí tienes el dinero. Manda venir á un cambista, para que vea estas monedas de oro.» Mandé llamar al cambista, y en seguida uno de los eunucos le entregó el dinero, lo examinó y lo encontró de ley. Entonces tomé el dinero, y estuve hablando con la joven hasta que se abrió el zoco y llegaron los mercaderes á sus tiendas. Y ella me dijo: «Ahora necesito estas y aquellas cosas. Ve á comprármelas.» Y compré por mi cuenta cuanto me había encargado, entregándoselo todo. Y ella lo tomó, como la primera vez, y se fuó en seguida. Y cuando la vi alejarse, dije para mí: «No entiendo esta amistad que me tiene. Me trae cuatrocientos dinares y se lleva géneros que valen mil. Y se mar- cha sin decirme siquiera dónde vive. ¡Pero sola- mente Alah sabe lo que se oculta en un corazón!>>
Y así transcurrió todo un mes, cada día más atormentado mi espiritu por estas reflexiones. Y los mercadores vinieron á reclamarme su dinero en forma tan apremiante, que para tranquilizarlos hube de decirles que iba á vender mi tienda con todos los géneros, y mi casa y todos mis bienes. Me hallé, pues, próximo á la ruina, y estaba muy afli- gido, cuando vi á la joven que entraba en el zoco y se dirigia á mi tienda. Y al verla se desvanecieron