nos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y me senté entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis negocios, mi parentela y mi linaje, contestándole yo á cuanto me preguntaba. Y pare- ció muy satisfecha, y dijo: «¡Alah! ¡Ya veo que no he perdido el tiempo criando á esta joven, pues le encuentro un esposo cual éste!» Y añadió: <¡Sabe que la considero como si fuese mi propia hija, y será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!» Y entonces me incliné, besé la tierra y consenti en casarme.
Y Sett-Zobeida me invitó á pasar en el palacio diez días. Y allí permaneci estos diez días, pero sin saber nada de la joven. Y eran otras jóvenes las que me traían el almuerzo y la comida y servían á la mesa.
Transcurrido el plazo indispensable para los pre- parativos de la boda, Sett-Zobeida rogó al Emir de los Creyentes el permiso para la boda. Y el califa, después de dar su venia, regaló á la joven diez mil dinares de oro. Y Sett-Zobeida mandó á buscar al kadi y á los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Después empezó la fiesta. Se prepara- ron dulces de todas clases y los manjares de cos- tumbre. Comimos, bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, durando el festin diez días completos. Después llevaron á la joven al ham- mam para prepararla, según es uso.
Y durante este tiempo se puso la mesa para mi y mis convidados, se trajeron platos exquisitos, y