te, pero si se descubre te cortarán la cabeza. ¿Qué dices á esto?» Yo respondi: «Que iré contigo.» En- tonces me dijo: «Apenas llegue la noche, dirigete á la mezquita que Sett-Zobeida ha mandado edificar junto al Tigris. Entra, haz tu oración, y aguarda- me. Y yo respondi: «Obedezco, amo, y honro. >> Y cuando vino la noche fui á la mezquita, entré, me puse á rezar, y pasé allí toda la noche. Pero al amanecer vi, por una de las ventanas que dan al rio, que llegaban en una barca unos esclavos lle- vando dos cajas vacías. Las metieron en la mez- quita y se volvieron á su barca. Pero uno de ellos, que se había quedado detrás de los otros, era el que me había servido de mediador. Y á los pocos mo- mentos vi llegar á la mezquita à mi amada, la dama de Sett-Zobeida. Y corrí á su encuentro, queriendo estrecharla entre mis brazos. Pero ella huyó hacia donde estaban las cajas vacías é hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que pudiese de- fenderme me encerró en una de aquellas cajas. Y en el tiempo que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron al palacio del califa. Y me sa- caron de la caja. Y me entregaron trajes y efectos que valdrían lo menos cincuenta mil dracmas. Des- pués vi á otras veinte esclavas blancas, todas con pechos de vírgenes. Y en medio de ellas estaba Sett- Zobeida, que no podia moverse de tantos esplendo- res como llevaba á partir del ombligo. Y las damas formaban dos filas frente á la sul- tana. Yo di un paso y besé la tierra entre sus ma-
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Apariencia