piernas!» Y entonces me ataron los brazos y las piernas, y ella cogió una cuchilla de afeitar bien afilada y me cortó los dos pulgares de las manos y los dedos gordos de ambos pies. Y por eso, ¡oh todos vosotros! me veis sin pulgares en las manos y en los pies. En cuanto á mí, caí desmayado. Entonces ella echó en mis heridas polvos de una raíz aromática, y así restañó la sangre. Y yo dije, primero entre mí y luego en alta voz: «¡No volveré á comer roz- baja sin lavarme después las manos cuarenta ve- ces con potasa, cuarenta con sosa y cuarenta con jabón!» Y al oirme, me hizo jurar que cumpliría esta promesa, y que no comería rozbaja sin cum- plir con exactitud lo que acababa de decir. Por eso, cuando me apremiabais todos los aquí reunidos á comer de ese plato de rozbaja que hay en la mesa, he palidecido y me he dicho: «He aquí la rozbaja que me costó perder los pulgares.» Y al empeñaros en que la comiera, me vi obligado por mi juramento á hacer lo que visteis.>> Entonces, joh rey de los siglos!-dijo el inten- dente continuando la historia, mientras los demás circunstantes estaban escuchando-pregunté al jo- ven mercader de Bagdad: «¿Y qué te ocurrió luego con tu esposa?» Y él me contestó: «Cuando hice aquel juramento ante ella, se tranquilizó su corazón, y acabó por perdonarme.
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