Entonces la cogi y me acosté con ella. Y ¡por Alah! recuperé bien el tiempo perdido y olvidé mis pesa- res. Y permanecimos unidos largo tiempo de aquel modo. Después ella me dijo: «Has de saber que na- die de la corte del califa sabe lo que ha pasado en- tre nosotros. Eres el único que logró introducirse en este palacio. Y has entrado gracias al apoyo de El-Sayedat (1) Zobeida.» Después me entregó diez mil dinares de oro, diciéndome: «Toma este dinero y ve á comprar una buena casa en que podamos vivir los dos. >>
Entonces salí, y compré una casa magnífica. Y alli transporté las riquezas de mi esposa y cuantos regalos le habían hecho, los objetos preciosos, telas, muebles y demás cosas bellas. Y todo lo puse en aquella casa que habia comprado. Y vivimos juntos hasta el límite de los placeres y de la expansión. Pero al cabo de un año, por voluntad de Alah, murió mi mujer. Y no busqué otra esposa, pues quise viajar. Sali entonces de Bagdad, después de haber vendido todos mis bienes, y cogi todo mi di- nero y emprendí el viaje, hasta que llegué á esta ciudad. >>
Y tal es, ¡oh rey del tiempo!-prosiguió el in- tendente la historia que me refirió el joven mer- cader de Bagdad. Entonces todos los invitados se- guimos comiendo, y después nos fuimos.
(1) El-Sayedat: la gran señora, el ama.