Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar á buen paso, hasta llegar á la ciu- dad de Alepo. Allí se hospedó en uno de los khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días, descansando y dejando descansar á la mula, y cuando hubo respirado bien el aire puro de Ale- po, pensó en continnar el viaje. Y al efecto, montó otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos dulces que se hacen en Alepo, re- llenos de piñones y almendras, cubiertos de azúcar, y que le gustaban mucho desde la niñez.
Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al salir de Alepo ya no sabía adónde dirigirse. Y cabalgó día y noche, hasta que una tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad de Bassra, pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su nombre hasta después de llegado al khan, donde se lo dijeron. Se apeó entonces de la mula, la descargó de los dos tapices, de las provisiones y de la alforja, y encargó al por- tero del khan que la paseara un poco, para que no se enfriase por descansar en seguida. Y en cuanto á Nureddin, él mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para reposar.
El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fué con ella. Pero ocurrió la coincidencia de que precisamente entonces el visir de Bassra hallá- base sentado á la ventana de su palacio, contem- plando la calle. Y al divisar una mula tan hermosa, con sus magnificos jaeces de gran valor, sospechó