vida si aceptara lo que quieres darme tan generosa- mente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi valia, yo, en cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que eres digno hijo de tu difunto padre. (¡Alah lo haya recibido en Su misericordia!) Pues tu padre era acreedor mío por todos los bene- ficios de que me colmaba. Y era un hombre lleno de generosidad y de grandeza, y me tenía gran esti- mación, hasta el punto de que un día me mandó lla- mar, y era un día bendito como éste; y cuando lle- gué á su casa le encontré rodeado de muchos ami- gos, y á todos los dejó para venir á mi encuentro, y me dijo: «Te ruego que me sangres.» Entonces saqué el astrolabio, medí la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálculos, y descubrí que la hora era nefasta y que aquel día era muy peligro- sa la operación de sangrar. Y en seguida comuni- qué mis temores á tu difunto padre, y tu padre se sometió dócilmente á mis palabras, y tuvo pacien- cia hasta que llegó la hora fausta y propicia para la operación. Entonces le hice una buena sangría, y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dió las gracias más expresivas, y por si no fuese bas- tante, me las dieron también todos los presentes. Y para remunerarme por la sangría, me dió en el acto tu difunto padre cien dinares de oro.» Yo, al oir estas palabras, le dije: «¡Ojalá no haya tenido Alah compasión de mi difunto padre, por lo ciego que estuvo al recurrir á un barbero como tú!» Y el barbero, al oirme, se echó á reir, me-
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