neando la cabeza, y exclamó: «¡No hay más Dios que Alah, y Mahoma es el enviado de Alah! ¡Ben- dito sea el nombre de Aquel que transforma y no se transforma! Ahora bien, ¡oh joven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo que la enferme- dad que tuviste te ha perturbado por completo el juicio y te hace divagar. Pero esto no me asom- bra, pues conozco las palabras santas dichas por Alah en nuestro Santo y Precioso Libro, en el ver- siculo que empieza de este modo: «Los que repri- men su ira y perdonan á los hombres culpables...>> De modo, que me avengo á olvidar tu sinrazón para conmigo y olvido también tus agravios, y de todo ello te disculpo. Pero, en realidad, he de confesarte que no comprendo tu impaciencia ni me explico su causa. ¿No sabes que tu padre no em- prendía nunca nada sin consultar antes mi opinión? Y á fc que en esto seguía el proverbio que dice: «¡El hombre que pide consejo se resguarda!» Y yo, está seguro de ello, soy un hombre de valía, y no encontrarás nunca tan buen consejero como este tu servidor, ni persona más versada en los precep- tos de la sabiduría y en el arte de dirigir hábil- mente los negocios. Heme, pues, aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dis- puesto por completo à servirte. Pero dime, ¿cómo es que tú no me aburres y en cambio te veo tan fastidiado y tan furioso? Verdad es que si tengo tanta paciencia contigo es sólo por respeto á la memoria de tu padre, á quien soy deudor de mu-
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Apariencia