chos beneficios.» Entonces le repliqué: «¡Por Alah! ¡Ya es demasiado! Me estás matando con tu charla. Te repito que sólo te he mandado llamar para que me afeites la cabeza y te marches en seguida.>> Y diciendo esto, me levanté muy furioso, y qui- se echarle y alejarle de allí, á pesar de tener ya mojado y jabonado el cráneo. Entonces, sin alte- rarse, prosiguió: «En verdad que acabo de compro- bar que te fastidio sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues comprendo que tu in- teligencia no está muy desarrollada, y que además cres todavía demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aún te llevaba yo á caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo á la escue- la, á la cual no querías ir.» Y le contesté: «¡Vamos, hermano, te conjuro por Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me dejes dedicarme à mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!» Y al pronun- ciar estas palabras, me dió tal ataque de impa- ciencia, que me desgarré las vestiduras y empecé á dar gritos inarticulados, como un loco. Y cuando el barbero me vió en aquel estado, se decidió á coger la navaja y á pasarla por la correa que llevaba á la cintura. Pero gastó tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estu- ve á punto de que se me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse á mi cabeza, y empezó á afeitarme por un lado, y, efectivamente, iban desapareciendo algunos pelos. Después se de- tuvo, levantó la mano, y me dijo: «¡Oh joven dueño
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Apariencia