Y vi en el patio à la vieja, que me guió al piso alto, donde estaba la joven. Pero apenas habia entrado, oimos gente que ve- nía por la calle. Era el kadi, que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina al barbero, que seguía aguardándome. En cuanto al kadi, me tranquilizó la joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que además siempre se encontraría medio de ocultarme. Pero, por mi desgracia, habia dispuesto Alah que ocurriera un incidente, cuyas consecuencias hubie- ron de serme fatales. Se dió la coincidencia de que precisamente aquel día una de las esclavas del kadi hubiese merecido un castigo. Y el kadi, en cuanto entró, se puso á apalearla, y debía pegarle muy recio, porque la esclava empezó á dar alari- dos. Y entonces uno de los negros de la casa inter- cedió por ella; pero, enfurecido el kadi, le dió tam- bién de palos, y el negro empezó á gritar. Y se armó tal tumulto, que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me habían sorprendido y que era yo quien chillaba. Entonces comenzó á lamentarse, y se desgarró la ropa, se cubrió de polvo la cabeza y pedía socorro á los transeuntes que empezaban á reunirse á su alrededor. Y llorando decía: «¡Acaban de asesinar á mi amo en la casa del kadi!» Des- pués, siempre chillando, corrió á mi casa seguido de la multitud, y avisó á mis criados, que en se- guida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadi, vociferando y alentándose mutua-
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Apariencia