fianza para que administrase todo aquello, encar- gándole que tratase bien á todos los míos, grandes y pequeños. Y para perder de vista definitivamente á este barbero maldito, decidi salir de Bagdad y marcharme á cualquiera otra parte, donde no co- rriese el riesgo de encontrarme cara á cara con mi enemigo.
Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar dia y noche hasta que llegué á este país, donde creia ha- berme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fué trabajo perdido, joh mis señores! pues me lo acabo de encontrar entre vosotros, en este ban- quete á que me habéis invitado.
Por eso os explicaréis que no pueda tener tran- quilidad mientras no huya de este país, como del otro, ¡y todo por culpa de ese malvado, de esa ca- lamidad con cara de piojo, de ese barbero asesino, á quien Alah confunda, á él, á su familia y á toda su descendencia! >>
Cuando aquel joven-prosiguió el sastre, ha- blando al rey de la China-acabó de pronunciar estas palabras, se levantó con el rostro muy páli- do, nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera impedirselo.
En cuanto à nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorprendente, miramos al barbero, que estaba callado y con los ojos bajos, y le dijimos: «¿Es verdad lo que ha contado ese joven? Y en tal caso, ¿por qué procediste de ese modo, causándole tanta desgracia?» Entonces el barbero levantó la frente,