jos, porque, según has podido comprobar, no eres hombre de muchas luces, pues eres muy arrebatado y hasta algo simple. Pero señor, ¿adónde corres así? ¡Aguardame!» Y yo, que no sabia ya cómo des- hacerme de aquella calamidad á no ser por la muer- te, me paré y le dije: «¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto en el estado en que me ves? ¿Quieres, pues, mi muerte?>> Pero al acabar de hablar vi abierta delante de mí la tienda de un mercader amigo mío. Me preci- pité dentro y supliqué al mercader que le impidiera entrar detrás de mí á ese maldito. Y pudo lograrlo con la amenaza de un garrote enorme y echándole miradas terribles. Pero el barbero no se fué sin mal- decir al mercader y también al padre y al abuelo del mercader, vomitando insultos, injurias y mal- diciones tanto contra mí como contra el mercader. Y yo di gracias al Recompensador por aquella libe- ración que no esperaba nunca. El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me de- jara en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver á mi casa por miedo á que me persiguiese otra vez ese barbero de betún. Pero por la gracia de Alab, mi pierna acabó de curarse. Entonces cogi todo el dinero que me que- daba, mandé llamar testigos y escribí un testamen- to, en virtud del cual legaba á mis parientes el resto de mi fortuna, mis bienes y mis propiedades des- pués de mi muerte, y elegí á una persona de con-
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Apariencia