la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en contemplación hasta por la noche. Y al día si- guiente, en cuanto amaneció, se sentó en su sitio de costumbre, y mientras cosía, muy poco a poco, á levantaba á cada momento la cabeza para mirar á la ventana. Y á cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los ojos en la ven- tana constantemente. Y así estuvo varios días, du- rante los cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un dracma. En cuanto à la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi hermano Bacbuk. Y se propuso sacarles todo el partido posible y divertirse á su costa. Y un dia que estaba mi hermano más enton- tecido que de costumbre, la joven le dirigió una mi- rada asesina, que se clavó inmediatamente en el corazón de Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida á la joven, pero de un modo tan ridiculo, que ella se quitó de la ventana para reirse á su gusto, y fué tal su explosión de risa, que se cayó de trasero sobre el piso. Pero el infeliz Bacbuk llegó al límite de la alegría pensando que la joven le había mirado ca- riñosamente. Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano Bacbuk cuando vió entrar en su tienda al propietario de la casa, que llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuel- ta en un pañuelo de seda, y le dijo: «Te traigo esta pieza de tela para que me cortes unas camisas.>> Entonces Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba
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Apariencia