allí enviado por su mujer, y contestó: «¡Sobre mis ojos y sobre mi cabeza! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas.» Y efectivamente, mi her- mano se puso á trabajar con tal abinco, privándo- se hasta de comer, que por la noche, cuando llegó el propietario de la casa, ya tenía las veinte cami- sas cortadas, cosidas y empaquetadas en el pañue- lo de seda. Y el propietario de la casa le preguntó: «¿Qué te debo?» Pero precisamente en aquel ins- tante se presentó furtivamente en la ventana la joven, y dirigió una mirada á Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos, como indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al propietario de la casa, por más que en aquella ocasión estuviese muy apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran ayuda. Pero se consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor á la linda cara de la mujer.
Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con otra pieza de tela de- bajo del brazo, y le dijo á mi hermano Bacbuk: <<He aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito también calzoncillos nuevos para ponér- melos con las camisas nuevas. Y te traigo esta otra pieza de tela para que me hagas calzoncillos. Pero que sean muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la tela.» Mi hermano contestó: «Escucho y obedezco.» Y se estuvo tres días com- pletos cose que te cose, sin tomar otro alimento que el estrictamento necesario, pues no quería perder