dispuesto. Empujó este ariete poderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y que no habia penetrado en ella más ariete que el suyo, ni la habían tocado siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador.
Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virgi- nidad y se deleitó á su gusto con el sabor de aque- lla juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcio- nó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deli- ciosas.
Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!
Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para si: «¡Me parece que es bastante por ahora!» Y se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enla- zándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables:
¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu
amor! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso,
pues no será el envidioso quien sirva á tus amores!
¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espec-
táculo que el de dos amantes entrelazados en la cama!