ojo y hacerse señas de que el joven estaba loco de remate. Entonces el pobre Hassán se decidió á entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores, que gritaban: «¡Es un loco! ¡un loco!» Y el pobre Hassán ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermoso joven le ocu- rriese algo, le hizo pasar por junto à una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassán se refugió en la tienda, y como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven. Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hadj Abdalá, vió al joven Hassán Badreddin y pudo exa- minarle á su gusto, le maravilló su hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de ca- riño el corazón, le dijo: «¡Oh gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu his- toria, pues ya te quiero más que á mi misma vida.»> Y Hassán contó entonces toda su historia al paste- lero Hadj Abdalá, desde el principio hasta el fin. Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo á Hassán: «¡Oh mi joven señor Badreddin! En ver- dad que esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás con- migo hasta que Alah se digne dar término á las des-
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Apariencia