¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su au- sencia, y al correr, sus arroyos llenan los mares; Que no pasa un día sin que mi deseo me empuje ha- cia él y palpite mi corazón con el dolor de su ausencia; Por eso su imagen se alza frente á mí, y al mirarla, aumentan mi cariño, mi anhelo y mis recuerdos! ¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta á mis ojos en la primera hora de la maña- nal ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensa- miento ni otros amores!
Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, vien- do llorar á su madre, se echó á llorar también. Y mientras los dos estaban llorando, entró en la habi- tación el visir Chamseddin, que habia oido los llan- tos y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le opri- mió el corazón, y dijo muy alarmado: «Hijos míos, ¿por qué lloráis así?» Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la es- cuela. Y el visir, al oirla, se acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurrido á él, á su hermano Nureddin, á su sobrino Hassán Badreddin, y por último á su nieto Agib, y al re- unir todos estos recuerdos no pudo menos de llorar también. Y se fué muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que pasaba, diciéndole que aque- lla situación no podia durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió su venia para par- tir hacia los países de Levante, y llegar á la ciudad de Bassra, en donde pensaba encontrar á su sobri