no Hassán Badreddin. Rogó asimismo que el sultán le escribiera unos decretos que le permitiesen rea- lizar por los países las gestiones necesarias para encontrar y atraerse á su sobrino. Y como no ce- saba en su amargo llanto, se enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil veces y hacer votos por su engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió. Inmediatamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib. Anduvieron el primer día y el segundo y el ter- cero, y así sucesivamente, en dirección á Damas- co, y por fin llegaron sin dificultad á Damasco. Y se detuvieron cerca de las puertas, en el meidán de Hasba, donde armaron sus tiendas para descansar dos dias antes de seguir el camino. Y les pareció Damasco una ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta: ¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Da- masco! ¡Su creador juró no hacer en adelante nada pa- recido! ¡La noche cubre amorosamente á Damasco con sus alas! Y cuando llega el día, tiende por encima la som- bra de sus árboles frondosos! ¡El rocío en las ramas de estos árboles no es rocio, sino perlas, perlas que caen como copos de nieve á mer- ced de la brisa que las empuja!
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Apariencia