Y otros corrian para adelantarse y se sentaban en el suelo, á su paso, para contemplarle más tiempo y mejor. Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron á una pastelería, donde se de- tuvieron para escapar de tan indiscreta muche- dumbre. Y precisamente aquella pastelería era la de Hassán Badreddin, padre de Agib. Había muerto el anciano pastelero que adoptó á Hassán, y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassán es- taba ocupado en preparar un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas y sa- brosas. Y cuando vió pararse á Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente encantado, sino conmovido con una emo- ción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de cariño: «¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para siempre en lo intimo de mi ser, sintiéndome atraído hacia ti des- de el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?» Y Hassan, al decir esto, sentía que, sin poder re- mediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar entonces su pasado y su situa- ción presente. Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció también el corazón, y volviéndose hacia el esclavo, le dijo: «¡Said! Este pastelero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún
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Apariencia