¡Su cortesia exquisita, la dulzura de sus modales y su noble apostura han hecho de él el guardián respetado de las casas de los reyes! ¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su gentileza, que los angeles del cielo bajan á su vez para servirle! Estos versos eran, efectivamente, tan maravi- llosos y tan oportunos, y fueron tan admirablemente recitados por Hassán, que el eunuco se conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que, co- giendo de la mano á Agib, entró con él en la tienda. Entonces Hassán Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró á hacer cuanto pudo para hon- rarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más ri- cos, lo llenó de granos de granada preparados con azúcar y almendras mondadas, perfumado todo de- liciosamente y muy en su punto, y lo presentó so- bre la más suntuosa de sus bandejas de cobre repu- jado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió muy halagado y muy complacido: «¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea tan agradable como provechoso!>> Agib, después de probar los primeros bocados, invitó á sentarse al pastelero, y le dijo: «Puedes quedarte con nosotros y comer con nosotros. Por- que Alah lo tendrá en cuenta, haciendo que encon- tremos al que buscamos.» Y Hassán Badreddin se apresuró á replicar: «Pero ¡cómo, hijo mío! ¿Acaso lamentas ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser
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Apariencia