sí, se restañó la sangre, y con un trozo de su tur- bante se vendó la herida. Después comenzó á re- convenirse de este modo: «¡Verdaderamente, toda la culpa la tengo yo! He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir á ese hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospe- chosos. >> Y suspiró después: «¡Alah karim!» (1). Luego regresó á la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como antes hacía, pensando siempre, lleno de dolor, en su po- bre madre, que en la ciudad de Bassra le había enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso á llorar, y para consolarse, recitó esta estrofa:
¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el
desengaño! ¡Porque el infortunio jamás te hará justicia!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero
Hassan Badreddin, transcurridos los tres días de
descanso en Damasco, dispuso que levantasen el
campamento del meidán, y continuando su viaje á
Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de
Hama y por fin el de Alepo. Y en todas partes
hacía investigaciones. De Alepo marchó á Mardin,
después á Mossul y luego ȧ Diarbekir. Y llegó por
último á la ciudad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró
(1) ¡Dios es generoso!