el corazón desordenadamente, abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el muchacho, y sumisa y humildemente recitó estas estrofas:
¡Pensé reconvenir á mi amante, pero en cuanto le vi lo olvidé todo, y no pude dominar mi lengua ni mis ojos! ¡He callado y bajé los ojos ante su apostura impo- nente y altiva, y quise disimular lo que sentía, pero no lo pude conseguir! ¡He aquí cómo, después de haber escrito pliegos y pliegos de reconvenciones, al hallarle ante mi me fué imposible leer ni una palabra!
Luego añadió: «¡Oh mis señores! ¿Queréis entrar sólo por condescendencia y probar este plato? Por- que, ¡por Alah! apenas te he visto, joh lindo mu- chacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu per- sona, como la otra vez. Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte.» Y Agib contestó: <<¡Por Alah, que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos com- prometieras. Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de nosotros como la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos aquí, porque vamos á pasar toda la semana en Damasco, á fin de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sultán.>> Entonces Badreddin exclamó: «¡Lo juro ante vos-