otros!» Y en seguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció al instante una terrina de granos de granada, su deliciosa especia- lidad. Y Agib le dijo: «Ven, y come con nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito á nuestras pesquisas.» Y Hassán se sintió muy feliz al sen- tarse frente á ellos. Pero no dejaba ni un instante de contemplar á Agib. Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente, que Agib, cohibido, le dijo: «¡Por Alah! ¡Qué enamorado tan pesado y tan mo- lesto eres! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues parece que quieras devorar mi cara con tus ojos.» Y á sus frases respondió Badreddin con estas estrofas: ¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un pensamiento intimo y oculto que nunca traduciré en palabras! ¡Oh tú, que humillas à la brillante luna, orgullosa de su belleza! Joh tú, rostro radiante, que avergüenzas á la mañana y á la resplandeciente aurora! ¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, joh vaso selecto! un signo mortal y unos votos que de conti- nuo se acrecientan y embellecen! ¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu ros- tro es mi paraiso! ¡Estoy seguro de morir de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus labios podrían apa- garla y refrescarme con su miel! Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos
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Apariencia