de los nazarenos, cuyos reyes fueron alfombra para los pies de aquel sultán. Y en las llanuras verdes, y en los desiertos, y sobre las aguas, no se elevaba ninguna voz que no fuese la voz de un Creyente, ni se oían pasos que no fuesen los pasos de quien caminaba por la vía de la rectitud. ¡Bendito sea por siempre el que nos enseñó el camino, el Bienaventurado, hijo de Abdalah el Khoreichita, nuestro señor y soberano Ahmad-Mahomed, el Enviado (¡con él la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones! ¡Amin!)
Y he aquí que el sultán Baibars amaba á su pueblo y era por él amado; y cuanto de cerca ó de lejos se refería á su pueblo, bien con respecto á indumentaria y costumbres, bien con respecto á tradiciones y usos locales, le interesaba en extremo. Así es que no solamente le gustaba ver todas las cosas con sus propios ojos y escucharlas con sus oídos, sino que se deleitaba en las historias y en escuchar á los narradores; y había encumbrado hasta las más altas categorías á aquellos de sus oficiales, guardias y familiares que mejor sabían contar las cosas del pasado y exponer las cosas del presente.
Así es que, una noche que se hallaba más dispuesto que de costumbre á escuchar y á instruirse, reunió á todos los capitanes de policía del Cairo, y les dijo: «Quiero que esta noche me contéis lo más digno de contarse entre lo que conozcáis.» Y contestaron ellos: ¡Por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos! Pero ¿quiere nuestro amo que con-