á morir de hambre y de sed, sin que dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó á bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó á la mitad de la montaña. Y para suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.
Y he aquí que una de las dos palmeras tenia dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho se apresuró á coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la cabeza un cuerno que se enroscaba á la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el cuerno á la palmera. Entonces se dijo: «¡Muerte por muerte, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir luego!» Y comenzó á comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos, fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.
Entonces se dijo el muchacho: «Está bien.» Y se puso á comer dátiles rojos hasta que satisfizo su hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando dia y noche du-