aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no habia comido nada en todo el día. Y se dijo: «Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo.» Y se sentó ante el plato, y se puso á comer aquel delicado manjar, que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su mujer le miraba hacer con los ojos llameantes, y no cesaba de repetirle á cada bocado: «¡Ojalá se te detenga en el gaznate y te ahogue!», ó también: «¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu organismo!» y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en paroxismo el furor de la esposa, que se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole á la cara todo lo que encontró á mano, fué á acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.
Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano, y vistiéndose á toda prisa, fué á su tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas horas, fueron dos agentes de policía á detenerle por orden del kadi, y le arrastraron por los zocos, con los brazos atados á la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró delante del kadi con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza en-