collar de cien perlas grandes á cada una de las damas del harén, y entregar como homenaje á ti y á mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo eso ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no llegue mi caravana.»
Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimientos y la discreción de Maruf, exclamó: «¡No, por Alah! Yo solo tomaré á mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto á la dote de mi hija, ya me la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo en hacerlo, que cuanto me pertenece te pertenece.»
Y en aquella hora y en aquel instante llamó á su visir y le dijo: «Ve ¡oh visir! á decir al jeque al-islam que venga á hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir Maruf con mi hija.» Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y como el rey se impacientara, se acercó á él y le dijo en voz baja: «¡Oh rey del tiempo! No me gusta este hombre, y su aspecto no me dice nada bueno. Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu hija, á que tengamos alguna certeza respecto á su caravana. ¡Pues, hasta el pre-