ria ha de componerse de mentira sobre mentira y sobre mentira. Y se han avenido á darme para ello un plazo de ocho días.» Y su mujer le dijo: «Está bien. Pero no te enfades, ¡oh hombre! ¡Todavía no han transcurrido los ocho días, y hasta entonces tenemos tiempo de pensar en ello, y de encontrar la puerta de salvación!»
En la mañana del octavo día, el pescador dijo á su mujer: «¿Te has olvidado del niño que hay que llevar? ¡Hoy finaliza el plazo!» Ella dijo: «Está bien. Ve al pozo que conoces, el que está debajo del árbol torcido. Empezarás por devolver el huso á la que habita en el pozo, y por darle las gracias amablemente. Luego le dirás: «Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le prestes el niño que ha nacido ayer, porque tenemos necesidad de él para una cosa.»
Al oír estas palabras, el pescador dijo á su esposa: «¡Ualahi! No conozco á nadie tan estúpido y tan loco como tú, á no ser ese visir de brea. Porque ¡oh mujer! el visir me reclama un chico de ocho días, ¡y tú llegas á más ofreciéndome facilitarme un niño de un día que sepa hablar con elocuencia y contar historias!» Ella contestó: «¡No te metas en lo que no te importa! ¡Limitate á hacer lo que te he dicho!» Y exclamó él: «Está bien. ¡Ha llegado el último día de mi vida sobre la tierra!»
Y salió de su casa y anduvo hasta llegar al pozo. Y tiró adentro el huso, gritando: «¡Aquí está el huso!» Y añadió: «Tu querida amiga te envía la za-