de oro. Y es preciso que el oro se tome de la fortuna de tu visir.»
Y el pequeño Mohammad fué á decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por menos de hacer que construyeran la dahabieh á costa de la fortuna del visir y á despecho de su nariz. Y el visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro y partió remontando el río.
Y su amigo el salmonete iba delante de él enseňándole el camino y conduciéndole entre la vegetación del río y los rios interiores, hasta que al fin llegó á la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó para la ciudad un pregonero que gritase: «Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven ó viejo, puede bajar á la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador.»
Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tampoco reprimir su curiosidad, y pidió permiso á su padre, diciendo: «Quiero ir, como los demás, á mirar la dahabieh.» Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que nadie, ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del rio, pues la princesa iba á ver la dahabieh.
A la sazón, la hija del rey fué á la ribera á mi-