Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: «¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado, ¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta ó un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad.» Y á esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese informado hacía poco de alguna pequeña licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: «No, indudablemente nadie ha obtenido de mi nada, excepto Yezid ben Auf, el cambista. Y aun ese no ha hecho mas que besarme una sola vez. Pero accedí á darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en la boca, á cambio del beso, dos perlas magníficas, que vendi en ochenta mil dracmas.»
Al oir aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: «Está bien.» Y sin añadir una palabra más, de tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó á la busca de Yezid ben Auf, le siguió hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir á latigazos. Por lo que respecta á las circunstancias en que había sido dado á Yezid aquel beso único y funesto de la Azul, helas aquí.
Iba yo un día, como de costumbre, á casa de Ibn Ghamin, para dar á la Azul una lección de canto, cuando me encontré en el camino á Yezid ben Auf. Y después de las zalemas le dije: «¿Adónde vas ¡oh Yezid! tan bien vestido?» Y me contestó: «Adonde vas tu.» Y dije: «¡Perfectamente! Vamos.»