Salamah la Azul ha herido mi corazón con una he- rida tan duradera como la duración de los tiempos! ¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrar- la! ¡Porque no se cierra en el fondo del corazón una he- rida de amor! ¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh mu- sulmanes, venid en mi socorro!
Y tras de cantar esta melodia arrebatadora de
ternura, mirando á Yezid, añadió: «Está bien; dame
á tu vez ahora lo que tienes que darme.» Y dijo él:
«Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero escu-
cha, joh Azul! He jurado con un juramento que
obliga á mi conciencia-y todo juramento es sa-
grado que no daré estas dos perlas mas que pa-
sándolas de mis labios á tus labios.» Y al oir estas
palabras de Yezid, la esclava de Salamah, enfada-
da, se levantó con viveza y con la mano alzada
para amonestar al enamorado. Pero yo la detuve
por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse.
en el asunto: «Estate quieta, ¡oh joven! y déjalos.
Están regateando, como ves, y cada cual quiere sa-
car provecho con las menos pérdidas posibles. No
los molestes. >>
En cuanto á Salamah, se echó á reir al oir á Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto, le dijo: «Pues bien ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras.» Y Yezid empezó á avanzar hacia ella, andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas.