Ghader, á la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita, acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corria el agua murmuradora á través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.
Y de pronto el califa, cambiando de rostro, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría, y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda: «A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie mas que el Eterno Viviente.» Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente exclamando: «¡Que llamen en seguida á Massrur, el portaalfanje!» Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Rachid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto á presencia de Al-Hadi, que le dijo: «Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Rachid y traeme su cabeza...